En un día como hoy de un año como este, en la agujereada tierra siriana, Rusia decidió defender el debilitado régimen del dictador Assad combatiendo frontalmente contra los rebeldes que desde hace cuatro años luchan por su derrocamiento. Al mismo tiempo, Estados Unidos decidió armar con mayor poder de fuego a los rebeldes contra quienes Rusia lucha. Es ésta, en definitiva, una pugna histórica entre dos grandes potencias que desde la época de la guerra fría no se calentaba tanto. El mundo espera inquieto los próximos pasos de la OTAN y China, dos voces que no quedarán silenciadas por el ruido de las bombas y que definirán el curso de los acontecimientos y el nuevo orden mundial.
Si alguien me preguntara, cosa que dudo, diría que me asiste
el profundo convencimiento que el pueblo hebreo es una agrupación de hombres y
mujeres excepcionales. Son una sociedad altamente cohesionada y solidaria; en
su mayoría practican sus creencias religiosas y ésta es también un argumento
poderoso para los intercambios entre sus miembros. No existe otra etnia que
haya generado tantos y tan contundentes avances en toda la historia de la humanidad;
baste para ello ver que en el último siglo y medio los más destacados
científicos, intelectuales y artistas han sido parte de aquel grupo de personas
que identificamos, con algo de simpleza, como judíos. El premio Nobel como unidad
de medida nos muestra que no hay otra comunidad así de homogénea que haya tenido
tantos reconocimientos y éxito en estas empresas.
Sin embargo, algo no cuadra con el pueblo judío. Los judíos
se saben superiores a cualquier otro grupo humano, era que no, si hasta
nosotros los menos dotados nos damos cuenta de ello. Pero las gentes ordinarias
también reparan en un hecho que resulta difícil de creer que ellos, los
privilegiados, no puedan advertir. Es un hecho del sentido común… O es que tal
vez ellos han desarrollado otros sentidos diferentes a los ordinarios pero a
cambio han debido sacrificar el sentido común. Puede ser una hipótesis, porque
de otra manera es imposible hacer calzar la conducta del pueblo de Israel hacia
el pueblo Palestino.
Es universalmente sabido que el pueblo judío, durante la Segunda
Guerra Mundial fue objeto de una
persecución tan violenta como irracional, a partir de la cual vivieron su
último éxodo. Último, porque toda su historia ha estado marcada por la
intolerancia hacia ellos, desde el antiguo Egipto que los obligó a marchar
hacia la Tierra Prometida guiados por Moisés, hasta la España Visigoda que los forzó
a seguir buscando su lugar en el mundo. Tres éxodos que sellaron su destino
como seres indeseables, dignos solamente de las más viles estrategias de exterminio.
Un exterminio del que tenemos no solo memoria sino que registro visual de su
barbarie.
Exterminar significa acabar con algo, hacerlo desaparecer, y sabemos que la única manera de acabar con
algo es matándolo. El pueblo judío fue objeto de exterminio, diríamos que no
una, ni dos, sino que repetidamente a lo largo de su historia. ¿Y como se
extermina un pueblo? Asesinándolos a todos, sin retórica y a secas; hombres con
capacidad de oponer resistencia, mujeres capaces de reproducirse y perpetuar el
linaje, ancianos guardianes de la memoria histórica, pero sobre todo niños,
niños que mañana serán nuevos enemigos. Y así precisamente ocurrió el Holocausto,
exterminando a todos sin concesiones, extinguiendo el último aliento y apagando
el último corazón palpitante. Esa es la historia. Solo que como resultado de
toda esta persecución, matanza, éxodo, me pregunto ¿el pueblo hebreo logró
aprender algo? Algunos intelectuales de la Escuela de Frankfurt debatieron
profundamente sobre ello y dieron opiniones pesimistas.
Es un hecho casi natural en las personas que después de
profundas experiencias de violencia, malos tratos en la familia, alcoholismo
parental, abusos de todo tipo, las víctimas decidan modificar los patrones
aprendidos en orden a no repetir las mismas pautas de conducta y no general círculos
viciosos. A veces es tanto el nivel de daño y de sufrimiento que para exorcizar
los demonios que arrastran se convierten en
auténticos seres de luz. Cierto, no ocurre en todos los
casos, pero al menos podemos estar seguros que sí en una gran mayoría de
personas medianamente inteligentes, sensibles y con sentido común.
Y es que aquí volvemos a preguntarnos: ¿el pueblo hebreo
tiene la inteligencia y la sensibilidad para hacer funcionar su sentido común?
Hemos visto que son inteligentes por sobre la media de la población, ¿una raza
superior?; quizás, por qué no, si es imposible que seamos todos iguales. ¿Pero
qué hay en ellos que les resulta tan difícil advertir que de víctimas se han transformado
en victimarios, y que de paso están exterminando un pueblo tal y como con ellos
lo intentaron una y otra vez? ¿Qué hace falta en la mente y el alma del
pueblo judío para que detengan el exterminio de palestinos? ¿Por qué su
inteligencia superior en estos casos no se pone al servicio, al menos, para
evitar muertes de niños? ¿Por qué deben morir los niños? La respuesta que me
surge es solo una: exterminio. Ellos lo saben, lo han vivido y lo tienen
grabado en su ADN; y si no, por favor, que alguien me contradiga.
Como muchos otros días
no tenía nada planificado para hacer, así es que llamé a mi amigo Gianni para
ver si nos reuníamos en la mañana a hacer un safari fotográfico largamente
pospuesto. Me dijo que nos juntáramos pasada las nueve de la mañana para
después ir a ayudar a con los inmigrantes que la tarde anterior habían llegado desde
Taranto al centro Ortolini de Martina Franca. Me pidió que reuniera ropa en
desuso pero de buena calidad, de mi señora y,
evidentemente de mi hijo. Se trataba de poco menos de 200 personas entre hombres,
mujeres y niños.
Por la mañana mi esposa
fue a dejar a nuestro hijo al colegio, mientras yo me dediqué juntar casi todas
las camisas que en otra vida usaba a diario, pero que llevaban colgadas en el
clóset casi dos años. Recolecté también algunas poleras, entre ellas una muy
querida con un dibujo de Bansky, que con seguridad otro la podría aprovechar
mejor y sin reparar en que para mi era una obra de arte. Mi esposa me había
dejado un par de suéter y una chaqueta, en tanto mi hijo cooperó, sin saberlo,
con uno de sus pocos juguetes para ser usados colectivamente. La verdad sé que
lo estimaba, pero entre tantos niños que podrían usarlo al mismo tiempo, seguro
estaría contento de compartirlo.
Cuando me junté con
Gianni nos tomamos un café para después ir al mercado donde compramos algunas
decenas de calzoncillos y sudaderas, no sin antes regatear un poco los precios argumentando
nuestra noble causa.
Una vez en el centro de
acogida hicimos una rápida visualización de la situación. Ganeses, somalíes,
libios, sirianos hacían fila para duchas frías, otros para la visita médica,
otros para desayunar. Fuimos a la cocina a pedir guantes, como suele usarse en
estos casos y después nos dirigimos a dejar nuestra modesta donación a la
despensa, con la tristeza de saber que solo alcanzaría para muy pocas de las
personas que aún vestían las mismas ropas con que iniciaron la travesía desde
sus países de origen. Todos, sin excepción, llevaban más de diez días con la
misma vestimenta, atravesando no solo el Mar Mediterráneo en precarias e
inestables embarcaciones, sino que algunos hasta el desierto del Sahara, cuyas
arenas se tragaron también sus zapatos.
En la despensa se
encontraba Bárbara que organizaba algunas pocas ropas que ya habían llegado desde
otros anónimos hogares. Me quedé ayudándole mientras Gianni se perdía en otros
menesteres no menos importantes. Poco a poco y a medida que los improvisados marineros
se iban duchando, despachábamos ropas
limpias para reemplazar aquellas viejas, que directo a la basura, llevaban
consigo también el polvo de su propia tierra, la pólvora de sus guerras, las
lágrimas del destierro, las migas del largo viaje y el sudor de sus sueños. Es curioso, pero los africanos -por señalar de
algún modo sus diferentes nacionalidades- no querían camisas como las que yo
había llevado, que en cambio sí recibían bien los de oriente medio; los
primeros solo querían poleras, y ojalá negras. Lamentablemente para ellos a
medida que pasaba el día llegaba casi exclusivamente ropa en matices claros,
algo que con el correr del tiempo aprenderán es muy común en un país
mediterráneo como Italia. Al final se resignaban y nadie protestaba. Faltaban
eso si calzados, muchos aún se encontraban descalzos hasta que providencialmente
llegaron un centenar de sandalias. Algo es algo, podríamos decir. Otro gran
problema era la delgadez de los llegados, pues si bien algunas personas de noble
corazón donaron ropas nuevas desde fábricas y tiendas, los pantalones eran
demasiado grandes para sus esmirriadas cinturas, de modo que se creó el problema de la falta
de cinturones.
Después de los
africanos tocó el turno de las familias sirianas. Las mujeres y los niños más
pequeños tuvieron la fortuna de darse una ducha caliente en el único baño
provisto de ésta en el área de la despensa de ropa. En su caso, primero se
detenían en la bodega buscando ropas para ellas y sus niños y después entraban
al baño a disfrutar, literalmente, una ducha tibia después de quizás cuando
tiempo. Tanto ellas como sus niños salían renovadas. Pero no exentas de
problemas ellas también se enfrentaron con el “italian style”, ya que no servía
cualquier vestimenta. Como musulmanas debían rechazar tantas hermosas prendas
que ya se quisiera cualquier mujer occidental. Algunas les gustaban, pero
dejaba ver sus brazos o parte de ellos, de manera que no las podían recibir. En
general necesitaban piezas de manga larga entre tonos oscuros, blancos. Algunas
lograron combinar muy bien sus atuendos, aunque de igual modo debían cubrirse
al final con su característica túnica larga.
En este proceso me puse
a pensar en aquellos que rechazan la idea que las mujeres musulmanas se cubran
tanto el cuerpo, como si fuese algo antinatural para los occidentales,
católicos o laicos. Pero no es tan infrecuente y mucho más fácil de aceptar si
tan solo pensáramos que jamás se nos pasaría por la cabeza esgrimir una opinión
de rechazo a la manera como se visten nuestros curas y tan comunes monjas. O
acaso debiéramos exigirle a Sor Cristina, la ganadora de The Voice Italia, que
se vistiese con minifalda y camiseta. No, su elección de vida está cruzada y
adquiere sentido en la religión, exactamente igual que muchas mujeres que viven
una vida religiosa como musulmanas. La única diferencia es que para nosotros la
religión es una elección, para ellos es consustancial a la propia cultura, y
aceptar eso no es problema de los musulmanes, es problema nuestro.
En fin, después
vinieron los niños y padres sirianos. El proceso fue igual al de los subsaharianos,
con la sola diferencia que los niños deseaban también llevar consigo los
juguetes que a cada tanto llegaban. Se llevaban algunos y después volvían,
señalaban con gestos desear uno más y lo llevaban, así, tres, cuatro o cinco
veces, hasta que en bodega solo quedaban peluches que no eran tan divertidos
como la rana saltarina que había donado sin saberlo mi hijo. También entre los
padres sirianos había unos pocos que hablaban inglés, a diferencia de los
africanos que casi todos podían comunicarse muy bien en esa lengua. Los unos
eran sin embargo diferentes a los otros, no solo por la piel blanca, sino que
también con una dignidad diferente, tal vez aquella que da al padre de familia
la necesidad de mantenerse firme y responsable por conducir a su esposa e hijos
en el éxodo forzado por una vida simplemente vivible, dejando atrás historias
trucadas por las bombas y los escombros.
El día se hizo
demasiado breve, a las 15:20 horas le dije a Bárbara que debía marcharme para
buscar a mi hijo en la escuela. Fueron 15 kilómetros felices. Por primera vez
en este país sentía que tan cerca de casa podía ejercitar un poco eso que
durante tanto tiempo hice en mi patria, bien sea pagado o como voluntario,
ayudar a alguien. No creo que uno tenga la vocación de servicio plasmada en las
células y no creo que antes no haya podido hacerlo; todos los días se viven
enormes necesidades a la vuelta de la esquina y probablemente siempre hay
oportunidades para ayudar, solo que ésta vez me sentí capaz, preparado y
motivado. Me prometí volver al día siguiente.
Al alba de la nueva
mañana, después de arreglar los asuntos de la casa partí sin saber mucho qué
hacer esta vez. En el camino se me ocurrió que podría ser bueno entretener a
los niños del centro con alguna actividad creativa como pintar. Pasé a comprar
blocks de dibujo y lápices de cera, jockeys para hacer frente al candente sol
del verano que se enciende ya que el día anterior había muy pocos y serían muy
útiles para los niños; compré también unas pelotas de plástico porque si bien
había juguetes el día anterior, no los suficientes como para juegos colectivos.
El día comenzó como el
anterior, en el depósito de ropas. Bárbara ya estaba en el puesto y había apuro
por entregar artículos de aseo personal y otras ropas limpias a los africanos
que se embarcaban en dos buses con destino a otro centro en Nápoles. Unos cien
partirían en este nuevo viaje. La fila era enorme y dábamos cuanto podíamos. En
un momento salí para verlos y apreciar sus necesidades más urgentes. Reconocí a
muchos con quienes el día anterior conversamos y les acompañé en su shopping
solidario. Algunos me pedían cambiar algunas prendas por otras más cómodas,
otros simplemente esperaban cualquier cosa adicional, un nuevo calzoncillo, un
par de calcetines, un cepillo de dientes, un cinturón. Ésta vez llevé dos desde
casa y busqué a dos personas con los pantalones suficientemente grandes como
para merecerlos con apremio. No demoré mucho en encontrarlos y les dije que
fueran por la ventana posterior de la bodega, que tenía sus cinturones para que
se los pusieran. Thank you, thank you, se repetía con grandes sonrisas en los
labios. Una vez más en los patios del recinto me puse a buscar nuevamente, no
demoré mucho y encontré a Stephen que aún no conseguía zapatos. Sus pies negros
tenían profundos surcos grises infiltrados de tierra calcárea que los hacían
ver casi blancos. Le pregunté si acaso aún no había conseguido calzado y me
respondió que no. Fui hasta la bodega y le di un par de sandalias de las muchas
que había. Sé que me equivoqué, porque debí darle al menos otro par de un
modelo distinto, así tendría para reponer en caso que, como probablemente ocurriría,
las primeras resultaran dañadas dada la fragilidad evidente del material.
Después que los
africanos abandonaron el recinto vino el turno de las familias sirianas, que
por segunda vez y de a una entraban en la bodega para cambiar vestimentas o
llevar consigo otras prendas más adecuadas. La jornada sería menos urgente que
la anterior, así es que buscamos para ellos cuanto les satisficiera en las
montañas de ropas que algunos misericordiosos habían dejado para la ocasión.
Estaban más tranquilos en cuanto a sus necesidades básicas, aunque desde la
óptica del destino y futuro, aún nada se sabía.
Terminada la repartición
de vestimentas fui a ayudar a servir los almuerzos para los refugiados. A
diferencia del anterior, también comí en el centro con otros voluntarios, ciertamente
lo mismo que ellos. Para la ocasión se había preparado “risotto al sugo di
pomodoro”, que en buen castellano no es otra cosa que arroz apelmazado con
salsa de tomates, acompañado de “bastoncini Findus”, o sea, pequeños filetes
apanados de merluza. Digamos que no era malo, y si todos comían con buena gana,
yo también.
Después de almuerzo
muchos se retiraron a descansar en sus catres de campaña donados por la
aviación militar. Todo estaba más tranquilo desde que los otros ya habían
partido y pudimos ordenar las cosas con más calma, ropas, basura, cocina,
baños, etc. Los niños se divertían con sus juguetes, otros daban vueltas por el
lugar sin mucho que hacer. Recordé que en la bodega había dejado los blocks de
dibujo y los lápices de colores. Como no hay niños que se resistan a ellos, le
pedí a uno de los padres que me ayudara a organizar a los pequeños para dibujar.
Les propuse hacer un concurso, debían dibujar su casa y entre todos los niños
elegirían los tres mejores de ellos, que tendrían por regalo una de las pelotas
que también llevaba. Estaban realmente entusiasmados. Eran una veintena de
entre dos y diez años que se sentaron frente a los mesones y comenzaron reflejar
en ellos sus imágenes del ayer, sus experiencias, sus idealizaciones. Uno de
ellos de tal vez dos años y medio se paraba después de hacer cada raya en el
papel, se me acercaba y tiraba del pantalón para que viera su obra. Tenía una
mirada angelical, de ojos grandes y ternura infinita. Cada vez que lo hacía me
encontraba en condiciones solo de regalarle aquello que podría haber
comprendido de mi, una sonrisa, una caricia en su mejilla y mi dedo pulgar al
cielo como señal de aprobación. Me resultaba evidente que eso lo contentaba, y
disciplinadamente volvía a su asiento una y otra vez.
Cuando terminaron de
dibujar iniciamos el concurso. Era importante que ellos aprobaran o
desaprobaran en conjunto los diseños. Le pedí al papá que me asistía que
comunicara a los niños la forma de calificar los dibujos: si, con el dedo
pulgar hacia arriba, no, con el dedo hacia abajo. Rápidamente me llamó la
atención que dos niños, los más grandes entre ellos, para expresar la
desaprobación de un dibujo llevaban el dedo pulgar no hacia abajo, sino que a
la garganta, desplazándolo extendido sobre el contorno del cuello. Me perturbó
un poco el gesto, lo había visto en televisión cuando una anciana jefa de un
clan mafioso le ordenaba a su nieto, con el mismo gesto, matar a un rival. En
el pasado y desde medio oriente han llegado a nuestras casas video
extraordinariamente violentos de degüellos humanos, y no pude dejar de pensar, aunque
brevemente, en lo internalizada que está en algunos niños ciertos tipos de
violencia y sus signos, que con ellos se puede representar en un nivel paralelo
tanto la muerte como la desaprobación. Sin embargo después recordé que
en los albores de nuestra cultura occidental el gesto que yo exigía en los
niños podía significar también la vida o la muerte para un gladiador. De
cualquier modo, pedí a mi intérprete que transmitiera a los niños cambiar el
gesto del pulgar por aplausos y gritos ensordecedores, buscando para ellos esta
vez una posible vía de descarga emocional y expresiva menos contenida.
Como resultado de la
experiencia aprendí cosas nuevas, tres niños ganaron sus pelotas y mi
intérprete quedó un tanto frustrado porque ninguno de sus dos pequeños en
competencia obtuvo premio, que evidentemente era solo la excusa para que
salieran de la rutina. Intenté hacer una galería pública con los dibujos en los
muros del centro, pero no pude conseguir cinta ni ningún tipo de adhesivo. Tuve
que traerlos a casa y ahora forman parte de esta historia.
Ya avanzada la tarde di
unas vueltas por el recinto, escuche conversaciones y reparé en que los inmigrantes
estaban en una condición legal muy precaria. Pues para obtener la calidad de “refugiado
político” en un país deben solicitar asilo en el lugar que esté dispuesto a
dárselo, pero ninguno desea permanecer en Italia. Agradecen el rescate, pero
saben que la situación social y económica del país no se presta para buscar
oportunidades de inserción social y laboral. Desean llegar a Alemania, Suecia,
Holanda, entre otros, pero cualquier persona que los lleve a un terminal de
buses, a una estación de trenes, arriesga cárcel por favorecimiento de la
inmigración ilegal, de modo que si bien son libres de moverse por el país aún
sin haber pedido oficialmente asilo político, estar en un centro de acogida
distante algunos kilómetros de la ciudad más cercana es obligarlos a un segundo
éxodo. Me di cuenta que paradojalmente estaban en un limbo del que nadie les
había advertido. Conversaba los asesores comunales entre si, llegó la policía,
estaban los mediadores culturales, hablaban de como resolver el asunto pero no
concluían nada. Los de la municipalidad decían que les resultaba imposible
llamar un bus para dejarlos en los terminales o estaciones de trenes sin
exponerse a cometer con ello un delito; los de la
policía decían que podrían hacer como que no han visto nada; los mediadores
urgían a ambos para encontrar una solución.
Ya estaba en el auto con
el motor encendido listo para retirarme y sabía que el día siguiente no
volvería a verlos. Apague el motor y bajé, sentía la imperiosa necesidad de
despedirme de ese padre de familia que tan amablemente me ayudó a divertir a
los niños. Pero también sentí que tenía que contarle aquello que ocurría a sus
espaldas. Cuando entré en el galpón en el que permanecían estaban todos los
padres reunidos en una suerte de comité de crisis. Me acerqué con delicadeza y
le di las gracias por su ayuda, le conté que me marchaba pero también les
expliqué cuál era su lugar y las condiciones en que se encontraban. Conversamos
entre todos unos diez minutos al tiempo que él traducía al árabe para sus
compañeros. Me agradecieron que les explicara la situación y que antes nadie lo
había hecho. Les sugerí pidieran hablar con un representante de ACNUR o de la
ONU, así como ponerse en contacto con consulados y embajadas de países en
condiciones de recibir refugiados.
Italia desde hace miles
de años ha sido un país que ha servido de entrada y puente entre oriente y
occidente, así como la tierra que hizo brotar los sueños de grandes como
Pitágoras o que inspiró el ideario libertario global de Garibaldi. Italia de
hoy, con su mismo espíritu noble de antaño, se hunde lamentablemente en una
burocracia que afecta a todos por igual, y donde los que llegan sin gran
previsión, pagan el precio de las indecisiones.
Al final me vuelven a
agradecer la honestidad y cada uno estrecha su mano con la mía. Por el
contrario, les digo, gracias a ustedes por haberme permitido sentirme útil.
Probablemente no nos volveremos a ver.
Rodrigo Torres Vicent PS: Otra perspectiva:
lunes, 10 de marzo de 2014
El Diablo Conciente. Traduciendo un presidente. Vistió un país en ruinas con ropas de carnaval, banalidad y desenfreno. Convenció a los menos inteligentes de que habían logrado juntos el éxito. El chileno medio se sentía también ganador, sin saber de qué, pero las cifras eran elocuentes. No importa si los sueldos son indignos, todos tienen trabajo; supo aprovechar el cortoplacismo y arrogancia de los ciudadanos, apeló al orgullo del chileno, les dio fiesta chicha y chancho, como dijo un UDI por ahí; puso la cara en los momentos felices, guardó silencio en los difíciles, a nadie le gusta hablar de tragedias, diría; era gracioso, decía estupideces, le dijeron huevón, lo trataron de deficiente. Pero detrás de todas las máscaras y superficialidades estaba ese brillante ex alumno cristiano y capitalista que sin ética llevaba su tercer ojo más allá de lo evidente -como decía He-Man-. Yo creo que Piñera en política se mueve en un nivel preconciente, digamos, de forma muy intuitiva, sin pensar mucho en el hacer política o relacionarse con los demás, sea pueblo, partidos de su conglomerado o del otro, de ahí sus severos y continuos lapsus y caídas, sus chascarros, la galáctea, el marepoto, Víctor Parra y tanto más. En un principio creí que era el típico caso de impulsividad en el cual se dicen y hacen cosas de manera natural pero a una velocidad muy superior a las que el cerebro logra procesar o pensar, y por ello sus fallos. Pero a medida que se conocen sus decisiones como el decreto para cancelar el registro de correo electrónicos, su influencia como autoridad sobre empleados del área económica y de fiscalización, el caso Cascadas que debiese conocerse a fondo, me percato que el cerebro de Piñera funciona al mismo tiempo en un segundo nivel de conciencia, ésta vez con una lucidez superior a cualquiera. Mientras muestra lo mejor y lo peor de si mismo en un nivel preconciente, su conciente está al total servicio de la maximización de sus ganancias. Es un nivel que trabaja con conceptos mínimos para ahorrar energía psíquica pero fundamentealmente con números. Así por ejemplo, puede que se encuentra cortando la cinta de una empresa de ollas de aluminio. El público escucha las sandeces y frivolidades que por cierto no ha preparado, sino que surgen en el momento. Al mismo tiempo sin embargo él piensa en otro nivel, está observando el entorno, analiza procesos productivos, evalúa si es viable una inyección de capital adicional, cuan amistoso es el propietario y sus socios, cuales son sus redes, de dónde extrae el aluminio, quien se lo vende y a qué precio. Se acuerda que él no tiene nada, pero es accionista de una minera que produce aluminio; piensa en llamar al presidente de la compañía para decirle que tiene un nuevo comprador; conversará después con el empresario de las ollas, le hará una oferta de materia prima a través de un amigo, será tal vez más cara pero es un aluminio de mejor calidad con lo que agregará valor a sus ollas, etc, etc, etc. Y así con todo. Se sube al auto, toma el teléfono, habla con el administrador de sus fideicomisos, informa que está contento no porque en una fábrica hay más y nuevos empleos, sino porque está mirando una oportunidad de negocio, da las órdenes respectivas. Lo mismo durante cada día en cuatro años como presidente. Cuatro años de información privilegiada, de concesiones y condonaciones. Cuatro años en que un país entero creyó que podría llegar a tener el mismo éxito que su líder, porque así se los contó. Cuatro años de fructíferas inversiones que lo han llevado a ser la persona más rica de Chile según Forbes, y digo persona porque las fortunas de los Luksic, los Paulmann, los Solari Falabella y los Matte son todas familiares; la de él no, es personal, hecha por sí mismo, sin necesidad de compartir directorios, accionistas, sin crear empleo, sin producir nada; al menos Forbes lo dice así "inversiones". Siempre resuena para mi su potente consigna de campaña: "yo soy un chileno como todos, de clase media; mi padre fue toda su vida empleado público". Después de todo parece ser cierta la frase que el mejor truco del diablo ha sido siempre hacer creer que no existe.
jueves, 5 de septiembre de 2013
A 40 años del Golpe Militar en Chile, una resignificación
necesaria para las víctimas de violaciones a sus derechos humanos que no
reclamar perdón.
Hace unos instantes releía el correo que
una querida amiga y ex combatiente contra la dictadura me escribió días atrás.
En éste me contaba que había visto un programa de televisión sobre imágenes del
régimen militar y que, inevitablemente, constató que el dolor de sus heridas
aún abiertas estaba muy patente en su memoria y en su cuerpo; que aún sentía
rabia por cada una de ellas, por cada tortura, cada golpe, cada grosería
recibida de parte de quienes detentaban el poder y la fuerza. La pienso tal vez
vulnerable, la pienso víctima, su nombre figura en los listados de detenidos
que a cada tanto publicaba la Vicaría de la Solidaridad y ello me lo confirma. Yo, personalmente, no lo viví y no sé que
hacer con ese dolor, pero para animarla un poco se me vino en mente uno de los
ejemplos más hermosos de dolor que nos recuerda la historia: Jesús.
Y le dije: Jesús, era un revolucionario y lo sabía; era muy
consciente que cada una de sus acciones llevarían a una reacción de parte del
stablishment y que oponerse de obra o de palabra contra el Sinedrin traería
como consecuencia la proscripción y la violencia. Pero Jesús continuó, porque
también sabía que cada bofetada recibida, cada latigazo haría brotar en los
suyos la fe que su sacrificio no era en beneficio de él, sino que de toda una
generación y un pueblo. Consciente de que tal vez su oposición y lucha le
costaría incluso la vida o la de otros, Jesús prosiguió. La pasión de Cristo se
llama a todo el período en que Jesús entregó sus carnes al dolor físico,
transformándolo en goce, pero no un goce masoquista, sino un goce como el de
quien sabe que tras cada gota de sangre no habrá nunca una acción vana, pues su
sacrificio personal permitiría la libertad de conciencia de todos sus
conversos. Tampoco era megalomanía, era simplemente tener la convicción que
para librar a su pueblo de la opresión y ceguera debía movilizarlos con su
propio ejemplo, de modo que calculando todo riesgo y todo dolor, finalmente vio
su misión cumplida. Podríamos decir que el revolucionario Jesús de Nazaret dio
su vida por una causa y por los suyos, y para él la historia reservaba gloria y
devoción.
A veces basta un pequeño corte en un árbol para que éste se seque
y muera. También a veces las dictaduras tienen sus puntos débiles y para
encontrarlos hubo quienes como Jesús estuvieron dispuestos a buscarlos. Algunos
murieron, otros quedaron heridos, incluso hubo quienes sufrieron lo indecible
por ver morir a los suyos o abandonar el lugar de siempre. Lo importante es que
cada grande o pequeño sacrificio lo sepamos apreciar como la pasión. Y le digo
a mi amiga, ex combatiente, gracias y alégrate mujer como Jesús por tus heridas, que con ellas abiertas nos
recuerdas que tu sacrificio y el de otros a tu laldo le regaló a todo un país una nueva vida democrática. Lo sabías,
fue tu opción y no necesitas que te pidan perdón.