Si alguien me preguntara, cosa que dudo, diría que me asiste
el profundo convencimiento que el pueblo hebreo es una agrupación de hombres y
mujeres excepcionales. Son una sociedad altamente cohesionada y solidaria; en
su mayoría practican sus creencias religiosas y ésta es también un argumento
poderoso para los intercambios entre sus miembros. No existe otra etnia que
haya generado tantos y tan contundentes avances en toda la historia de la humanidad;
baste para ello ver que en el último siglo y medio los más destacados
científicos, intelectuales y artistas han sido parte de aquel grupo de personas
que identificamos, con algo de simpleza, como judíos. El premio Nobel como unidad
de medida nos muestra que no hay otra comunidad así de homogénea que haya tenido
tantos reconocimientos y éxito en estas empresas.
Sin embargo, algo no cuadra con el pueblo judío. Los judíos
se saben superiores a cualquier otro grupo humano, era que no, si hasta
nosotros los menos dotados nos damos cuenta de ello. Pero las gentes ordinarias
también reparan en un hecho que resulta difícil de creer que ellos, los
privilegiados, no puedan advertir. Es un hecho del sentido común… O es que tal
vez ellos han desarrollado otros sentidos diferentes a los ordinarios pero a
cambio han debido sacrificar el sentido común. Puede ser una hipótesis, porque
de otra manera es imposible hacer calzar la conducta del pueblo de Israel hacia
el pueblo Palestino.
Es universalmente sabido que el pueblo judío, durante la Segunda
Guerra Mundial fue objeto de una
persecución tan violenta como irracional, a partir de la cual vivieron su
último éxodo. Último, porque toda su historia ha estado marcada por la
intolerancia hacia ellos, desde el antiguo Egipto que los obligó a marchar
hacia la Tierra Prometida guiados por Moisés, hasta la España Visigoda que los forzó
a seguir buscando su lugar en el mundo. Tres éxodos que sellaron su destino
como seres indeseables, dignos solamente de las más viles estrategias de exterminio.
Un exterminio del que tenemos no solo memoria sino que registro visual de su
barbarie.
Exterminar significa acabar con algo, hacerlo desaparecer, y sabemos que la única manera de acabar con
algo es matándolo. El pueblo judío fue objeto de exterminio, diríamos que no
una, ni dos, sino que repetidamente a lo largo de su historia. ¿Y como se
extermina un pueblo? Asesinándolos a todos, sin retórica y a secas; hombres con
capacidad de oponer resistencia, mujeres capaces de reproducirse y perpetuar el
linaje, ancianos guardianes de la memoria histórica, pero sobre todo niños,
niños que mañana serán nuevos enemigos. Y así precisamente ocurrió el Holocausto,
exterminando a todos sin concesiones, extinguiendo el último aliento y apagando
el último corazón palpitante. Esa es la historia. Solo que como resultado de
toda esta persecución, matanza, éxodo, me pregunto ¿el pueblo hebreo logró
aprender algo? Algunos intelectuales de la Escuela de Frankfurt debatieron
profundamente sobre ello y dieron opiniones pesimistas.
Es un hecho casi natural en las personas que después de
profundas experiencias de violencia, malos tratos en la familia, alcoholismo
parental, abusos de todo tipo, las víctimas decidan modificar los patrones
aprendidos en orden a no repetir las mismas pautas de conducta y no general círculos
viciosos. A veces es tanto el nivel de daño y de sufrimiento que para exorcizar
los demonios que arrastran se convierten en
auténticos seres de luz. Cierto, no ocurre en todos los
casos, pero al menos podemos estar seguros que sí en una gran mayoría de
personas medianamente inteligentes, sensibles y con sentido común.
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