jueves, 5 de septiembre de 2013

A 40 años del Golpe Militar en Chile, una resignificación necesaria para las víctimas de violaciones a sus derechos humanos que no reclamar perdón.





Hace unos instantes releía el correo que una querida amiga y ex combatiente contra la dictadura me escribió días atrás. En éste me contaba que había visto un programa de televisión sobre imágenes del régimen militar y que, inevitablemente, constató que el dolor de sus heridas aún abiertas estaba muy patente en su memoria y en su cuerpo; que aún sentía rabia por cada una de ellas, por cada tortura, cada golpe, cada grosería recibida de parte de quienes detentaban el poder y la fuerza. La pienso tal vez vulnerable, la pienso víctima, su nombre figura en los listados de detenidos que a cada tanto publicaba la Vicaría de la Solidaridad y ello me lo confirma.  Yo, personalmente, no lo viví y no sé que hacer con ese dolor, pero para animarla un poco se me vino en mente uno de los ejemplos más hermosos de dolor que nos recuerda la historia: Jesús.

Y le dije: Jesús, era un revolucionario y lo sabía; era muy consciente que cada una de sus acciones llevarían a una reacción de parte del stablishment y que oponerse de obra o de palabra contra el Sinedrin traería como consecuencia la proscripción y la violencia. Pero Jesús continuó, porque también sabía que cada bofetada recibida, cada latigazo haría brotar en los suyos la fe que su sacrificio no era en beneficio de él, sino que de toda una generación y un pueblo. Consciente de que tal vez su oposición y lucha le costaría incluso la vida o la de otros, Jesús prosiguió. La pasión de Cristo se llama a todo el período en que Jesús entregó sus carnes al dolor físico, transformándolo en goce, pero no un goce masoquista, sino un goce como el de quien sabe que tras cada gota de sangre no habrá nunca una acción vana, pues su sacrificio personal permitiría la libertad de conciencia de todos sus conversos. Tampoco era megalomanía, era simplemente tener la convicción que para librar a su pueblo de la opresión y ceguera debía movilizarlos con su propio ejemplo, de modo que calculando todo riesgo y todo dolor, finalmente vio su misión cumplida. Podríamos decir que el revolucionario Jesús de Nazaret dio su vida por una causa y por los suyos, y para él la historia reservaba gloria y devoción.


A veces basta un pequeño corte en un árbol para que éste se seque y muera. También a veces las dictaduras tienen sus puntos débiles y para encontrarlos hubo quienes como Jesús estuvieron dispuestos a buscarlos. Algunos murieron, otros quedaron heridos, incluso hubo quienes sufrieron lo indecible por ver morir a los suyos o abandonar el lugar de siempre. Lo importante es que cada grande o pequeño sacrificio lo sepamos apreciar como la pasión. Y le digo a mi amiga, ex combatiente, gracias y alégrate mujer como Jesús por tus heridas, que con ellas abiertas nos recuerdas que tu sacrificio y el de otros a tu laldo le regaló a todo un país una nueva vida democrática. Lo sabías, fue tu opción y no necesitas que te pidan perdón.




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