Carta abierta a Jorge Luchsinger
“…ellos no
trabajan. No se va a resolver el problema, no van a dejar de ser miserables.
¿Usted ha visto cómo están los campos que les ha comprado el Estado a través de
la Conadi a los mapuches? ¡No queda nada, ni un árbol parado, no producen nada!...
El indio no ha trabajado nunca. El
mapuche es un depredador, vive de lo que aporta la naturaleza, no tiene
capacidad intelectual, no tiene voluntad, no tiene medios económicos, no tiene
insumos. No tiene nada.” Jorge
Luchsinger a revista Qué Pasa, extractado por The Clinic On Line, 05 de enero
de 2013.
Sólo conozco
al pueblo mapuche tangencialmente tras haber vivido por ocho infantiles años en
la ciudad de Angol y crecer jugando y explorando los faldeos y cumbres de la
Cordillera de Nahuelbuta, mismo cordón montañoso que vio caer al mismísimo
Gobernador de Chile y conquistador Pedro de Valdivia hacia el año 1553, y también
otrora bastión de resistentes a la dictadura del general Pinochet. Nunca he
sido un apologista de la lucha armada como forma de resolución de conflictos, es
más, creo que ella se enquista en ideas sobrevaloradas que frisan el delirio en
estricto sentido psicopatológico; sin embargo creo en el derecho a defensa
propia de todo quien se sienta vulnerado en sus derechos elementales, de
cualquier color, cultura o pensamiento político.
Me causa
tristeza en este momento de tragedia, volver a leer el pensamiento profundo de
un representante del mundo empresarial y agrícola de este país que acusaba a
los mapuches en una entrevista casi olvidada de ser flojos, improductivos, con
poca capacidad intelectual, sin insumos, etc. Pese a mis limitados conocimientos
y contacto con el pueblo mapuche, creo entender que estos mantienen una
relación profunda con la tierra, independientemente si en ella crecen flores
ornamentales, se obtiene grano o se plantan árboles frutales. La “producción”
basada en fines gananciales de tipo económico no es un asunto que sea parte del
quehacer ni de las preocupaciones del pueblo mapuche. “Mapuche” o en la clásica
traducción al castellano significa “gente de la tierra”, por lo que cualquier
persona con ese sólo conocimiento puede colegir que la esencia de este pueblo,
su cosmovisión, su simbología, su religiosidad y toda su existencia se funda en
la inextricable relación con la tierra.
Las palabras
de Luchsinger nacen de la rabia y la impotencia como víctima de sucesivos
atentados, y obnubilan tanto su corazón como su razón. Pero aún desde el dolor,
permea en él ese viejo resabio de patrón que cree estar por sobre todo lo que
se oponga a su ideal de sociedad. Es un convencido que la tierra y los
recursos, y aún quizás las personas, deben ser explotadas y aprovechadas en un
sentido estrictamente comercial. Pero debiese entender de una vez y para evitar
sentirse frustrado, que el pueblo mapuche no posee, respecto de la tierra, los
mismos valores comerciales que él o que las personas o consorcios inmersos en
la vorágine capitalista; que para ellos así como para la mayoría de las
comunidades indígenas que aún subsisten en sus territorios originarios, la
tierra es una fuente sagrada de vida, un lugar de comunión, de relaciones
sociales y de justicia consuetudinaria, el lugar en el que se intercambian
bienes de forma no lucrativa; un lugar donde no se compite por los recursos,
donde nadie explota a sus semejantes, donde nadie es castigado por pensar
diferente, donde no existen amos ni esclavos, patrones ni peones, comerciantes
y clientes.
La respuesta
a su declamación tiene forma de pregunta: ¿Por qué debiésemos pensar nosotros, los
huincas, los empresarios, los políticos, los consumidores, los ciudadanos de a
pie, que tenemos la fórmula justa y verdadera de relacionarnos con la tierra, y
que por tanto los mapuches están en un error? Acaso no fuimos nosotros quienes
llegamos para arrebatársela. Eso no es retórica. Una de las pocas certezas que
tenemos, gracias a nuestra cultura y educación, es que llegamos a un territorio
ocupado miles de años antes por diferentes
comunidades indígenas: incas, changos, aymaras, likan antai, diaguitas, coyas,
moches, rapa nui, mapuches, huilliches, chonos, tehuelches, kaweshkar, selk’nam,
yámanas. Debiésemos sentir que compartimos un territorio, no que somos propietarios,
porque los pueblos ancestrales no poseían la tierra, vivían la tierra, y la
tierra tenías a su gente, a la gente de la tierra, a los mapuche. Debiésemos,
tal vez, pedir perdón.
Nota: Inserto
en la comunidad internacional, Chile, a través de su Congreso Nacional,
ratificó con fecha 15 de septiembre de 2008 y de manera íntegra el Convenio
N°169 de la OIT (http://www.oitchile.cl/pdf/Convenio%20169.pdf),
mediante el cual se reconocen los derechos e instituciones sociales,
culturales, económicas y políticas de aquellos pueblos y sus descendientes que
habitaban el país o una región geográfica determinada, antes del proceso de
conquista o colonización o, del establecimiento de sus actuales fronteras,
cualquiera sea su situación jurídica (art. 1°, N° 1, letra b).
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